El desarrollo de estas habilidades favorece que las personas sean capaces de elegir estilos de vida saludables
Las personas, como seres sociales, se ven obligadas a establecer relaciones con sus semejantes, ya sea en el entorno familiar, educativo, laboral o de ocio. Sin embargo, no siempre es fácil desenvolverse en un determinado contexto social. Y no es debido a la falta de capacidades, sino porque no se han adquirido las habilidades necesarias para hacerlo. Dentro del ámbito de la salud, se ha demostrado que enseñar a desarrollar estas habilidades es la forma más eficaz para establecer comportamientos saludables, tanto de manera individual como colectiva. A continuación se describe qué son y cuáles son las 10 habilidades para la vida.
¿Qué son las habilidades para la vida?
Definiciones que ilustren el significado de habilidades hay muchas. Algunos autores se refieren a ellas como las destrezas para conducirse por la vida de manera hábil y competente, dentro de las posibilidades sociales y culturales de cada uno: actúan como enlace entre los factores que motivan el conocimiento, las actitudes y los valores; promueven que se generen factores de protección frente a problemas psicosociales derivados del entorno; y ayudan a saber cómo enfrentarse a las exigencias y desafíos que la vida pone delante.
En general, se identifican tres clases de habilidades: las sociales o interpersonales (como la comunicación asertiva o la empatía), las cognitivas (como la toma de decisiones o el pensamiento crítico) y las habilidades para el manejo de las emociones (como el estrés).
Habilidades para la promoción de la salud
Las habilidades han sido adoptadas como estrategia de promoción de la salud, sobre todo en países de América Latina y Caribe, como línea de trabajo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que en la década de los años 90 -y solo centrado en destrezas psicosociales- comenzó a difundir materiales pedagógicos diseñados en promover estas habilidades en los centros educativos.
A partir de entonces, la evidencia científica ha ido señalando que la enseñanza y el aprendizaje de estas habilidades son herramientas más eficaces para prevenir comportamientos dañinos, que las intervenciones aisladas dirigidas a problemas específicos. De hecho, la OMS reporta que los programas diseñados con el objetivo de que los adolescentes adquieran habilidades para una vida saludable, además de evitar el tabaquismo, mejoran las relaciones con los profesores y el rendimiento académico y disminuyen las faltas de asistencia al centro educativo. Incluso, han demostrado ser mediadoras en las conductas problemáticas.
Así, dentro del enfoque de promoción de salud, las habilidades para la vida inciden en los determinantes de salud -circunstancias en que las personas nacen, crecen, viven, trabajan y envejecen, incluido el sistema de salud, las políticas, la repartición del poder y los recursos- y favorecen que las personas sean capaces de elegir modos de vida saludables y un óptimo bienestar físico, social y psicológico. Por ejemplo, contribuyen a mejorar el entorno, a interactuar con los semejantes y a adquirir buenas prácticas de alimentación y actividad física, entre otras.
Las 10 habilidades, una a una
Según la OMS, las habilidades para la vida diaria son las siguientes:
Autoconocimiento. Capacidad de conocerse, de saber las propias fortalezas, debilidades, actitudes, valores y recursos personales y sociales con que uno cuenta para la vida y para enfrentarse a la adversidad. Es descubrir aquello que se quiere y aquello que no.
Manejo de emociones y sentimientos. La habilidad para explorar las propias emociones y saber cómo gestionarlas influye en el comportamiento de las personas. Las de más difícil manejo, como la ira y la violencia, pueden tener resultados nocivos para la salud, sobre todo, en los más jóvenes.
Manejo de la tensión y el estrés. Es la habilidad de reconocer las circunstancias de la vida que causan estrés para afrontarlas de manera constructiva y eliminarlas o reducirlas de forma saludable.
Comunicación asertiva. Capacidad de expresar con claridad lo que se piensa, siente o necesita, autoafirmando los propios derechos, sin dejarse manipular ni manipular a los demás. Es la forma de comunicación más eficiente.
Empatía. La habilidad para imaginar cómo es la vida de otra persona y qué siente y ponerse en su lugar para comprender mejor sus reacciones, emociones y opiniones. Tener empatía ayuda a aceptar la diversidad y mejora las relaciones interpersonales. Ser empático también involucra las emociones propias: si se siente lo que sienten los demás es porque se comparten sentimientos.
Relaciones interpersonales. Capacidad de establecer y mantener relaciones interpersonales para interactuar de modo positivo con las personas de su entorno, sobre todo familiar, y, a la vez, terminar con las relaciones que sean tóxicas, esto es, que bloqueen el propio crecimiento personal.
Manejo de conflictos. Aceptando que el conflicto es parte de la condición humana, el reto está en desarrollar estrategias constructivas, es decir, que ayuden a manejarlos de manera que sean un estímulo para el desarrollo y favorezca el cambio y el crecimiento personal. Esta habilidad, en los jóvenes, ayuda a reducir la ansiedad.
Toma de decisiones. La habilidad de escoger ayuda a evaluar las posibilidades y a tener en cuenta las consecuencias asociadas a elecciones, tanto sobre uno mismo como en las personas del entorno.
Pensamiento creativo. Para tomar decisiones y solucionar conflictos es necesario explorar todas las alternativas y consecuencias, más allá de la propia experiencia personal.
Pensamiento crítico. Es la habilidad que permite analizar de manera objetiva la información disponible junto con la experiencia para llegar a conclusiones propias. Esto ayuda a los más jóvenes a reconocer qué factores influyen en su comportamiento, como los medios de comunicación o su grupo de iguales.
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